Valeska Leiva tiene 39 años, dos hijos y al menos en tres oportunidades ha tenido embarazos que no llegaron a buen término, ya sea por pérdidas espontáneas o por gestaciones que venían con algún problema, tal como le ocurrió en 2003. “Estaba en una ecografía de control de mi embarazo -en la semana 25- cuando los doctores detectaron que el bebé no venía bien. Me practicaron un examen llamado “cordosíntesis“ y el resultado arrojó que mi hija no vivirá fuera del vientre materno, ya que tenía Trisomía 18 y fallecería al nacer. Consulté a muchos médicos, en Chile y en el extranjero, pero no había nada que hacer para cambiar su pronóstico. Sentí impotencia, dolor; ese dolor que te llega a los huesos. Recuerdo que lloré todo ese día, tras el diagnóstico”.
Afortunadamente -agrega Valeska- contó con el apoyo de su familia y su círculo de amistades más cercano. “Fueron fundamentales para salir adelante y recibir contención”, recalca.
Pese al dolor, está convencida que la mejor decisión fue haber dejado que su embarazo transcurriera sin intervención hasta el final, permitiendo así que su hija naciera, y que viviera, aunque fuera por pocos segundos. “En lo personal, pienso que fue muy sanador poder conocer y luego enterrar a mi hija Maite Consuelo; llevarle flores y tener un lugar físico donde llorar. Y no pasar por la experiencia de despertar después de la operación y preguntar ¿Dónde está mi hijo? Y que te respondan: en un incinerador”.
Maite falleció apenas nació, explica. “Murió en mis brazos y alcanzó a “despedirse” con una especie de suspiro. Parece que todavía lo oyera. Parte del equipo médico que asistió al parto se emocionó hasta las lágrimas. Fue algo bien intenso”.
Hoy los restos de la pequeña reposan en el Parque Santiago. “Yo la siento conmigo ahora, junto a sus hermanitos. Le doy mucho sentido a la llegada de la Maitecita a mi vida; ella vino a transformar, a poner las cosas en su lugar, a priorizar, a darle el valor que corresponde a la vida…Tres años después esperaba a un nuevo hijo, Santiago Jesús, que nació de término, sano y por cesárea. Tengo dos hijos vivos y me siento rodeada de ángeles”.
Desde su experiencia, sostiene que “con sólo con mirar la cara de mi hija, sentir su calor y despedirme de ella con un beso, siento que valió la pena la espera. Requiere de mucha valentía, quizás al comienzo es muy desgarrador, pero el dolor logra encarnar y con el tiempo queda el consuelo, como quedó en mí”.
Después de ello cuenta que cambió su estilo de vida. “Incluso cambié mi profesión, ya no trabajo en televisión, enseñándole a bailar a los “famosos”, sino que me dedico al cultivo de la tierra, estudié Fitoterapia, hoy dicto clases en una universidad y reflexiono con los jóvenes el milagro de la vida, a través de una semilla. Por medio de ella uno nace y muere permanentemente, y que existe una realidad que no podemos ver…En fin, me siento afortunada de mi historia, de haber tenido los hijos e hijas que tuve y tengo.